Puerto Rico ha confrontado múltiples adversidades y desastres naturales durante los pasados años. A estas adversidades añadimos la nueva amenaza de la epidemia del coronavirus o COVID-19. Ante cada situación nuestro organismo movilizó aquel componente de nuestro sistema nervioso responsable de activarnos para garantizar nuestra protección: en defensa o huyendo.
Al presente se han confirmado tres casos de contagio del coronavirus en la isla. Por lo tanto, aumenta el sentido de amenaza de contagio por lo rápido de su propagación en el mundo. ¿Qué sabemos sobre cómo reacciona nuestro organismo ante esta nueva amenaza?
1. Sabemos que la activación del sistema de alarma produce reacciones fisiológicas generalizadas de estrés que se manifiestan como sensaciones fisiológicas y emociones displicentes.
2. El estrés es una reacción adaptativa que impulsa a nuestro cuerpo a responder.
3. El estrés intenso o prolongado puede producir estados de ansiedad que alteran el funcionamiento de todos los sistemas fisiológicos.
Es necesario leer conscientemente esas reacciones emocionales y psicofisiológicas del estrés, por cuanto cada tipo de peligro genera emociones diferentes: temor, coraje, repulsión, tristeza, desconfianza y otras. Por ejemplo, bajo peligro extremo, el sistema de alarma puede producir un estado de “shock” emocional con inactivación temporera. Nuestro pueblo sufrió una reacción emocional intensa, similar a “shock”, ante el huracán María. Pero, nos activamos emocional y cognitivamente al pronunciar “Puerto Rico se Levanta”.
Ante los terremotos, se desarrolló temor e inseguridad intensa, especialmente en las regiones mas afectadas. Con la merma de la actividad sísmica, los temores han disminuido y estamos aprendiendo a manejar la nueva realidad sísmica de la isla. También aprendimos sobre las severas consecuencias que tiene este tipo de desastre natural, ya que miles de personas perdieron sus hogares, negocios o fuentes de empleo.
Ante el COVID-19 nuestro sistema de alerta está activando principalmente emociones de temor y de repulsión. La repulsión es la reacción ante el riesgo de envenenamiento, contaminación o invasión de nuestro cuerpo por agentes nocivos. Estas emociones resultan ser adaptativas y tienen la función de protegernos. Esto resulta importante sobre todo porque, en Puerto Rico, hay una alta cantidad de personas de edad avanzada y una alta prevalencia de condiciones crónicas. A esto se suma que el gobierno confronta limitaciones presupuestarias que dificultan su labor protectora. Por lo tanto, estamos en alto riesgo de ser afectados por el COVID-19. Pero nos preparamos.
El COVID-19 está ocasionando cambios a nuestra cultura. Somos personas hospitalarias que abrazamos y besamos a las personas que apreciamos. De igual modo, nos comunicamos dentro de espacios personales cercanos. Estas tradiciones interpersonales están modificándose para fomentar el distanciamiento social programado. Ahora nos saludamos con el puño o con el codo y mantenemos distancia de tres a seis pies. Los medios de comunicación han impulsado y nos recuerdan estos nuevos comportamientos de prevención y responsabilidad social necesaria en este momento histórico.